sábado, 16 de octubre de 2010

Préstame una historia

Hace unos meses, una mañana de junio, volvía de dejar a mis hijos en el colegio, cuando divisé a un niño, de unos nueve o diez años, corriendo hacia mí. Nada hubiera tenido de especial la escena, teniendo en cuenta que eran más de las nueve, si no fuera porque de repente, el niño se paró en seco, hurgó en la mochilita de ruedas que arrastraba segundo antes, sacó una bolsa y de ésta algo, que la distancia que nos separaba no me dejaba adivinar. Con desmesurado rencor estrelló ese algo contra el suelo y retomó su frenética carrera.

Mi curiosidad por ver lo que había tirado con tanta ira iba en aumento, de tal modo que me sorprendí apresurando el paso para ver cuanto antes el objeto de su encono: un plátano. Sí, un plátano, que quedó abandonado a su suerte en medio de la calle. Y de inmediato me acorde de algo: muchos niños odian el día de la fruta en el colegio. Pudiendo comer cosas "ricas", por qué comer fruta. Las razones que esgrimimos los adultos de que es importante para la salud, el crecimiento, etc., a ellos los deja bastante indiferentes. Fue entonces cuando me atreví a razonar como lo haría uno de estos niños: “Si cuando llegue la hora del recreo, no llevo ese asqueroso plátano para almorzar, no tendré que quedarme sentado en el banco hasta que me lo coma, y podré jugar todo el rato con mis amigos”.

Y esta fue la historia que, esa noche,  le conté a alguien al que le gustó tanto, que me pidió que se la regalara, y puestas a seguir desarrollando los pensamientos de otros, posiblemente razonó: “Nunca le sacará provecho”. Y no satisfecho con poder utilizar la historia cuándo y dónde quisiera, me hizo prometer que si en alguna ocasión estábamos juntos cuando él la contara, nunca diría que era yo quien la había vivido. Por supuesto, yo, que peco en exceso de dadivosa, le dí las dos cosas: la historia y mi palabra de mantenerme callada si aquello ocurría alguna vez.

Sin embargo, esta tarde, meditando sobre asuntos relacionados con la utilización de los materiales de otros con fines creativo, sobre el plagio, el préstamo o la interpretación de cualquier tipo -no sólo en el ámbito musical-, me acordé de esas dos historias que se unieron aquella mañana y aquella noche, y he tenido la osadía de faltar a mi palabra, cosa bastante infrecuente, y contarlas a mi modo. Es posible que alguna vez, otro las escriba al suyo, porque a fín de cuentas ¿de quiénes son las historias, de quiénes las vive o de quiénes las escriben?

Cuando el otro día en clase hablábamos de la importante tradición marial medieval, y  reflexionábamos sobre el hecho de que la misma temática apareciera en distintos puntos de Europa y en distintos espacios artísticos, tuvimos la ocasión de centrarnos en la intrínseca relación que existió entre literatura y música durante muchos siglos. Gonzalo de Berceo y su Milagros de Nuestra Señora, Alfonso X “el Sabio” y sus Cantigas a Santa María, las vías de peregrinación, que fueron los cauces, además de idóneos, únicos, que conectaban el pensamiento medieval se tranformaron en una aventura apasionante. Volver la mirada a un mundo, donde el anonimato del compositor, del escritor era  habitual, donde lo significativo era el hecho artístico nos hizo reflexionar sobre una pregunta que hoy día podría sonar anómala: ¿a quién le puede incomodar que un tema de su invención o de su experiencia sea utilizado por otro? Si observamos la sociedad en la que vivimos, donde el plagio está al alcance de unas pocas teclas; donde importa más el quién, que el qué y el cómo escribe; donde   los contencioso son frecuente por estos compases o estas líneas proceden de mi imaginación o de mi experincia vital, y no quiero que las utilices si no pagas por ello; donde conviene más tener un buena agente, un buen editor, un buen distribuidor, una buena publicidad que la validez artística de la obra, llegaremos a la conclusión de que  las disputas se deslizan desde la prepotencia del espíritu narcisoeconómico que envuelve el mundo de la creación actual.

La vida nos ofrece montones de pequeñas historias que pueden convertirse en algo grande, en algo que supere la cotidianidad del hecho, lo prosaico, y se transforme en algo bello, eterno por la estética que lo hace trascendente.

Chéjov decía, “La vida no está en otras partes, sino en todas partes”. Vivamos, observemos, escribamos, y no recelemos de interpretaciones, traducciones o plagios. Las historias son tanto de quienes las viven como de quienes las escriben (novela, poesía, ensayo,...); de quienes las esculpen o retratan; de quienes, como en el caso de los músicos, a partir su experiencia, construyen con un puñado de sonidos y  su torrente creativo y estético, un mundo que podemos compartir no sólo a nivel sensitivo y superficial, sino a través del intelecto, que posiblemente sea el más enriquecedor. Cuántas mujeres y hombres, incluso músicos contemplaron una escena campestre, un arroyo, una tormenta,…, y sin embargo fue Beethoven quien estimulado por esta experiencia compuso magistralmente la Sexta Sinfonía, con su maravilloso Gewitter. Sturm.

Préstale un historia hermana, si con ella es capaz de construir arte.

jueves, 14 de octubre de 2010

Redka

Exhausta, abrazada al vacío de su cuerpo le susurró al oído:
- Sé que ella ha estado aquí, que este verano la trajiste a casa.
Él, tras unos segundos de silencio en los que la duda ponía de manifiesto la verdad, lo negó.
Ella masculló: “La oruga arruina el bosque, el orín, el hierro, la mentira, el alma”, y dejó que Chéjov la condujera al sueño.