Hace unos días os propuse que elaborarais un anuncio publicitario partiendo de algo intangible, algo que no pudiera palparse, pero cuyos efectos fueran evidentes. Como no entendíais cómo era posible hacer algo así, os he preparado un pequeño anuncio de advertencia contra algunas personas que se infiltran en las vidas ajenas, las manipulan y succionan hasta dejarlas estériles. Éstos son los aduladores, personas de las que es recomendable mantenerse alejado.
Aquí va una pequeña reflexión a partir de la que surgió mi anuncio:
¿Quién es víctima de quién, el adulado o el adulador? Si bien en un un primer momento es el adulado quien recibe el beneficio del adulador, en realidad siempre es aquél la víctima propiciatoria. La adulación -base del contrato- se alimenta de la vanidad y nace del interés de ambos por alcanzar objetivos distintos en cada caso; por este motivo, con frecuencia, mujeres y hombres inteligentes y juiciosos son incapaces de ver qué se les avecina. El adulador se infiltra en la vida del adulado de forma sibilina: adora cuanto hace o dice, parece venerar, enaltecer a quien recibe tales halagos. Usan de forma estratégica el elogio excesivo, que apela al orgullo, al ego y por tanto a la sensibilidad del adulado, que una vez preso en sus garras es absorbido por el adulador, que no le deja ni una gota de energía, quedando el adulado exhausto, vacío. El fin último del adulador es destruir al adulado. Decía Antístenes que más vale caer entre las garras de los buitres que en las manos de los aduladores […] porque aquellos sólo causan daños a los difuntos, y éstos devoran a los vivos.
Las características que adornan a un adulador son, entre otras, la de mentiroso, desleal y fingidor. Traiciona cuando ha satisfecho sus expectativas, carece de sinceridad y de honestidad. Su personalidad es pobre, aunque llegue a parecer lo contrario: revestido en ocasiones de la toga de la sabiduría y el ingenio, disfrazado de intelectual, crece, cual garrapata, a costa de otro, pues es un ser mediocre, que a fuerza de humillarse alcanza su objetivo. Al adulador se lo detecta, sobre todo, porque carece de autoestima. Dice un refrán español: el que hoy te compra con su adulación, mañana te vende con su traición.
Queridos mío, que la fortuna os mantenga alejados de los aduladores, que en los tiempos que corren se han constituido en legión. Desconfiad del que sienta una admiración sin medida hacia vuestra persona, no sea que el precio a pagar sea demasiado alto. Huid del halago gratuito, que más valen cien certeras y agrias críticas que incentiven vuestras ganas de superación, que el más leve engaño que anule vuestro espíritu y castre vuestra imaginación.
Aquí va una pequeña reflexión a partir de la que surgió mi anuncio:
¿Quién es víctima de quién, el adulado o el adulador? Si bien en un un primer momento es el adulado quien recibe el beneficio del adulador, en realidad siempre es aquél la víctima propiciatoria. La adulación -base del contrato- se alimenta de la vanidad y nace del interés de ambos por alcanzar objetivos distintos en cada caso; por este motivo, con frecuencia, mujeres y hombres inteligentes y juiciosos son incapaces de ver qué se les avecina. El adulador se infiltra en la vida del adulado de forma sibilina: adora cuanto hace o dice, parece venerar, enaltecer a quien recibe tales halagos. Usan de forma estratégica el elogio excesivo, que apela al orgullo, al ego y por tanto a la sensibilidad del adulado, que una vez preso en sus garras es absorbido por el adulador, que no le deja ni una gota de energía, quedando el adulado exhausto, vacío. El fin último del adulador es destruir al adulado. Decía Antístenes que más vale caer entre las garras de los buitres que en las manos de los aduladores […] porque aquellos sólo causan daños a los difuntos, y éstos devoran a los vivos.
Las características que adornan a un adulador son, entre otras, la de mentiroso, desleal y fingidor. Traiciona cuando ha satisfecho sus expectativas, carece de sinceridad y de honestidad. Su personalidad es pobre, aunque llegue a parecer lo contrario: revestido en ocasiones de la toga de la sabiduría y el ingenio, disfrazado de intelectual, crece, cual garrapata, a costa de otro, pues es un ser mediocre, que a fuerza de humillarse alcanza su objetivo. Al adulador se lo detecta, sobre todo, porque carece de autoestima. Dice un refrán español: el que hoy te compra con su adulación, mañana te vende con su traición.
Queridos mío, que la fortuna os mantenga alejados de los aduladores, que en los tiempos que corren se han constituido en legión. Desconfiad del que sienta una admiración sin medida hacia vuestra persona, no sea que el precio a pagar sea demasiado alto. Huid del halago gratuito, que más valen cien certeras y agrias críticas que incentiven vuestras ganas de superación, que el más leve engaño que anule vuestro espíritu y castre vuestra imaginación.